ARTE, FE Y MIRADAS INTERIORES
Llevo algún tiempo convencido de que debo tener cara de buen escuchador. A menudo me ocurre que la gente me cuenta sus cosas, aun conociéndonos de poco tiempo. Cosas que con mi edad, a veces han llegado a ruborizarme. En ocasiones he tenido que decirle a alguna persona que parase, que no tenía porque contarme algo tan intimo o personal, pero después de un “tranquilo, es que quiero contártelo porque sé que tu me vas a entender “, me he encendido un cigarro y he escuchado su historia, asintiendo, demostrando interés, mas por educación que porque me creyera su historia.
Una tarde, en el trabajo, refugiados de la lluvia, Alejandro si me contó una historia interesante. No una violenta u obscena sino una de arte, de fe y de miradas interiores. Lo que me hizo escucharle, esta vez si, con verdadero interés. No hacía mucho que ambos habíamos descubierto nuestra afinidad en temas como la literatura o la música. En medio de una de nuestras conversaciones culturales, algo raro en nuestro ambiente laboral empezó a contarme: Nunca se sabe cuando la vida te va a dar una de sus muchas lecciones. A veces, inesperadamente, eso que llamamos casualidad, logra ponernos frente a frente con la duda y por tanto las preguntas surgen torturadoras, haciéndonos mirar en nuestro interior. Algo sorprendido seguí escuchándole, me dijo que cuando le ocurrió habían pasado un par de años desde que volvió a acercarse a los libros. No había sido mal chaval, pero dejar de estudiar y ponerse a currar en plena adolescencia, le había apartado de sus gustos culturales para llevar una juventud como tantas otras, llena de Rock, alcohol, algún escarceo amoroso e ir descubriendo el mundo con esos colegas que, algunos, llegan a ser como de tu familia. Tras la dispersión de la panda (el amor y el sexo son un autentico poder) y haber conocido a una amiga, esta si de verdad y para toda la vida, se tranquilizó un poco y retomo sus antiguas aficiones. Por eso la idea de hacer una visita al Museo del Prado, propuesta hecha por unos buenos amigos, no solo le gustó sino que le ilusionó. Aunque no lo admitiera, le avergonzaba un poco no haber visto nunca una de las mejores pinacotecas del mundo, aun viviendo cerca de Madrid y siendo ya tan mayorcito. Todo quedo planeado, pasarían la mañana del próximo día festivo en el Prado, luego unas cañas y a comer.
Era una mañana soleada, acompañado de su novia, sus amigos y su precioso bebé, entró por fin en el Museo algo conmovido por la emoción de estar haciendo algo que hacía tiempo deseaba. Sabía que no era una visita técnica sino general, por lo que se demoraba ante las obras que más le llamaban la atención o que había visto en libros, atendiendo a algunas explicaciones que sus acompañantes le daban ya que ellos ya habían estado allí en alguna ocasión. Pronto se sintió cautivado por la belleza de obras maestras como “ La Anunciación “ de Fra Angélico, “ El Calvario “ de Rafael o “ La Magdalena En Oración “ de Jusepe de Ribera. O impresionado ante “ Saturno Devorando A Su Hijo “ de Goya o “ El Triunfo De La Muerte “ de Brueghel el Viejo. Sin saber nada de arte, reflexionó sobre la marcha y concluyó que cada artista nos regalaba su peculiar visión del mundo, de la vida, de la muerte o de la belleza como en “ Las Tres Gracias “ de Rubens o “ La Piedad “ de Alonso Cano. Pronto se dio cuenta de la gran cantidad de obras de carácter religioso que se acumulaban allí. Él, que hacia tiempo que no quería saber nada de religiones y que defendía sus propias teorías al respecto, a veces en fuertes discusiones, se descubrió de pronto inmóvil, paralizado, sin poder articular palabra, preso de sensaciones nuevas e indescriptibles ante el “ Cristo Crucificado “ de Velázquez. Su mente empezó a revelarse, a presentar batalla. ¿Qué era lo que tanto le impresionaba? El cuadro a simple vista le pareció de una sencillez abrumadora, quizá fuese eso, pero aquella representación de la muerte de Cristo era, según se informó mas tarde, un excepcional estudio de desnudo, que nos muestra un cuerpo relajado, sin profusión de sangre, irradiando una luz, sobre un fondo totalmente negro, que transmite algo muy buscado hoy y siempre, serenidad, ante la muerte y porque no ante la vida. Me dijo que sus dudas aun continuaban, que no sabía con exactitud que le había pasado aquel día ante el cuadro, pero que algo había cambiado en él y se lo agradecía a Velázquez. Ahora respetaba más la Fe de los demás, aunque mantenía sus teorías y observaba el arte con una mirada más atenta. Ahora cuando tenía un problema, no sabía bien porque, pero pensar en el cuadro le serenaba, miraba en su interior buscando la respuesta apropiada y a veces la encontraba.
Llevo algún tiempo convencido de que debo tener cara de buen escuchador. A menudo me ocurre que la gente me cuenta sus cosas, aun conociéndonos de poco tiempo. Cosas que con mi edad, a veces han llegado a ruborizarme. En ocasiones he tenido que decirle a alguna persona que parase, que no tenía porque contarme algo tan intimo o personal, pero después de un “tranquilo, es que quiero contártelo porque sé que tu me vas a entender “, me he encendido un cigarro y he escuchado su historia, asintiendo, demostrando interés, mas por educación que porque me creyera su historia.
Una tarde, en el trabajo, refugiados de la lluvia, Alejandro si me contó una historia interesante. No una violenta u obscena sino una de arte, de fe y de miradas interiores. Lo que me hizo escucharle, esta vez si, con verdadero interés. No hacía mucho que ambos habíamos descubierto nuestra afinidad en temas como la literatura o la música. En medio de una de nuestras conversaciones culturales, algo raro en nuestro ambiente laboral empezó a contarme: Nunca se sabe cuando la vida te va a dar una de sus muchas lecciones. A veces, inesperadamente, eso que llamamos casualidad, logra ponernos frente a frente con la duda y por tanto las preguntas surgen torturadoras, haciéndonos mirar en nuestro interior. Algo sorprendido seguí escuchándole, me dijo que cuando le ocurrió habían pasado un par de años desde que volvió a acercarse a los libros. No había sido mal chaval, pero dejar de estudiar y ponerse a currar en plena adolescencia, le había apartado de sus gustos culturales para llevar una juventud como tantas otras, llena de Rock, alcohol, algún escarceo amoroso e ir descubriendo el mundo con esos colegas que, algunos, llegan a ser como de tu familia. Tras la dispersión de la panda (el amor y el sexo son un autentico poder) y haber conocido a una amiga, esta si de verdad y para toda la vida, se tranquilizó un poco y retomo sus antiguas aficiones. Por eso la idea de hacer una visita al Museo del Prado, propuesta hecha por unos buenos amigos, no solo le gustó sino que le ilusionó. Aunque no lo admitiera, le avergonzaba un poco no haber visto nunca una de las mejores pinacotecas del mundo, aun viviendo cerca de Madrid y siendo ya tan mayorcito. Todo quedo planeado, pasarían la mañana del próximo día festivo en el Prado, luego unas cañas y a comer.
Era una mañana soleada, acompañado de su novia, sus amigos y su precioso bebé, entró por fin en el Museo algo conmovido por la emoción de estar haciendo algo que hacía tiempo deseaba. Sabía que no era una visita técnica sino general, por lo que se demoraba ante las obras que más le llamaban la atención o que había visto en libros, atendiendo a algunas explicaciones que sus acompañantes le daban ya que ellos ya habían estado allí en alguna ocasión. Pronto se sintió cautivado por la belleza de obras maestras como “ La Anunciación “ de Fra Angélico, “ El Calvario “ de Rafael o “ La Magdalena En Oración “ de Jusepe de Ribera. O impresionado ante “ Saturno Devorando A Su Hijo “ de Goya o “ El Triunfo De La Muerte “ de Brueghel el Viejo. Sin saber nada de arte, reflexionó sobre la marcha y concluyó que cada artista nos regalaba su peculiar visión del mundo, de la vida, de la muerte o de la belleza como en “ Las Tres Gracias “ de Rubens o “ La Piedad “ de Alonso Cano. Pronto se dio cuenta de la gran cantidad de obras de carácter religioso que se acumulaban allí. Él, que hacia tiempo que no quería saber nada de religiones y que defendía sus propias teorías al respecto, a veces en fuertes discusiones, se descubrió de pronto inmóvil, paralizado, sin poder articular palabra, preso de sensaciones nuevas e indescriptibles ante el “ Cristo Crucificado “ de Velázquez. Su mente empezó a revelarse, a presentar batalla. ¿Qué era lo que tanto le impresionaba? El cuadro a simple vista le pareció de una sencillez abrumadora, quizá fuese eso, pero aquella representación de la muerte de Cristo era, según se informó mas tarde, un excepcional estudio de desnudo, que nos muestra un cuerpo relajado, sin profusión de sangre, irradiando una luz, sobre un fondo totalmente negro, que transmite algo muy buscado hoy y siempre, serenidad, ante la muerte y porque no ante la vida. Me dijo que sus dudas aun continuaban, que no sabía con exactitud que le había pasado aquel día ante el cuadro, pero que algo había cambiado en él y se lo agradecía a Velázquez. Ahora respetaba más la Fe de los demás, aunque mantenía sus teorías y observaba el arte con una mirada más atenta. Ahora cuando tenía un problema, no sabía bien porque, pero pensar en el cuadro le serenaba, miraba en su interior buscando la respuesta apropiada y a veces la encontraba.
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